jueves, 28 de enero de 2010

In memoriam

Llevo dos días tratando de escribir este post, pero simplemente ¡no quiere salir! Me siento frente a la computadora, y mis dedos comienzan a querer teclear las doscientas veinticincomil cuarenta y cuatro ideas/emociones que revolotean entre mi cabeza y mi corazón. Haré un esfuerzo, comenzaré por el comienzo (sino, ¿por dónde más?):

Mi abuela se fue. Por muy increíble que parezca para mí, se fue. Era la que siempre estaba ahí. No hay etapa de mi vida en la que no tenga un recuerdo con ella. Era la que permanecía, la "eterna", la que nunca nos iba a abandonar, o al menos eso parecía. Era mi "abuelita de lejos", como le llamaba cuando niño, porque vivía en San Julián, Sonsonate, y venía a pasar temporadas a mi casa en San Salvador.

Ha sido la partida más difícil de digerir para mí. Todo me recuerda a ella: las tortillas calientes, las tardes soleadas, el cantar de los pájaros, las naranjas de su finca, ese olor a café y humedad que tenían algunas de sus cosas, etc. Desafortunadamente para mí, con el recuerdo me sobrevienen los ataques de ansiedad y sus compañeros inseparables: los dolores de cabeza (o sea que, de momento, vivo con ansiedad y dolor de cabeza).

El día de ayer fuimos a su casa, la finca en que vivió por tantos años, y en la que creció mi madre. Estaba caótica: hojas por todo el terreno, un reguero de "chunches" por toda la casa, mesas sin mantel, los muebles amontonados; en fin, nada parecido al modo en que a ella le gustaba mantenerla. Lo único que estaba intacto (o al menos lo parecía) era su cuarto, hasta que dos de mis tías y mi madre se dieron a la dura de tarea de sacar las cosas de mi abuela, y vaciar todos los muebles y las gavetas . Así, entre "cuánto asunto tenía mi mamá", "mirá ésto, ni siquiera lo usó" y "ya voy a sacar mis cosas, para que cuando me muera no le cueste a mis hijos", se me fue pasando la tarde.

Como no me había sentido muy bien, yo sólo entraba por momentos esporádicos, siempre que no empezara a sentir el temblor en mis piernas y el cansancio propio de mis ataques de ansiedad. Entre tanto y tanto, me sentaba en una de las sillas que mi abuela mantenía en el corredor de la casa, y ahí, rodeado por una brisa fresca, llegué a comprender el porqué le gustaba tanto quedarse en la finca. Y con esa brisa me sentí rodeado por mis abuelos, y logré calmar mis nervios.

Entre las cosas de mi abuela apareció una caja llena de viejas fotografías. El día de ayer no tuve las fuerzas para verlas, todo por culpa de un dolor de cabeza "redime pecados" que me dio como consecuencia de no haber comido y haberme sobre expuesto al calor (maña vieja). Hoy por la mañana, menos adolorido, me di a la tarea de ver las reliquias fotográficas. Hasta entonces, caí en la cuenta de que mi abuela no era sólo mía, sino que venía de mucho antes, que había gozado de muchas cosas y que no me pertenecía. En realidad, pertenecía a Dios (en quien ella tenía mucha fe, por cierto). Ahora ha regresado a Él, su verdadero dueño.

A mí, no me queda más que dar gracias por haberme permitido conocer a esta magnífica señora. Esa que fue bisabuela, abuela, madre, tía, hermana... pero sobre todo, que fue matriarca, maestra y amiga de muchas generaciones y de mi persona. Puede irse tranquila, abue, nunca la olvidaremos. Que Dios, con quien está ahora, le retribuya todo lo que hizo por nosotros.

Requiem aeternam dona ei Domine, et lux perpetua luceat ei.
Requiescat in Pacem. Amén.

P.D. gracioso no. 1
Ojalá todos tuviéramos la inocencia de los niños. Cuando a mi sobrina de 6 años le informaron que había muerto mi abuela, contestó: "¡Qué suerte la de ella! Ahora ya está con Michael Jackson". Ahhhh, los niños.

P.D. gracioso no. 2
En el pueblo en que vivía mi abuela se están celebrando las fiestas patronales. Para nadie es sorpresa que, con ellas, aparezca una horda de borrachos. Sin embargo, para mí fue una grata sorpresa (modo diplomático de decir: "me mató de la risa") ver a uno de ellos platicando con una pintura de Farabundo Martí afuera de la sede del FMLN. Aunque da un poco de lástima, hay que aceptarlo: no todos los días se ve algo así.