martes, 11 de mayo de 2010

San Salvador me duele

San Salvador me duele. Sí, así como cuando uno dice: "Me duele la cabeza". San Salvador me duele cuando me encuentro, a las nueve de la noche, a una niña vendiendo bolsas con hojuelas (que no son de mayo, sino de noviembre). Me duele cuando supongo que esa niña no va a poder irse a su casa hasta que termine de vender todas las bolsas, porque, de lo contrario, Morfeo la encontrará llorando por culpa del castigo que le propinarán sus padres.

Me duele cuando veo a un joven, que no tendrá una edad muy distinta a la mía, inmerso en otros mundos, ajeno a la realidad. No es porque él sea de mucha imaginación, sino que el pegamento realmente "pega" fuerte (a los pensamientos dentro de su cabeza, claro). Y sonríe, seguramente a algo que solamente él puede ver. Pero, al menos, sonríe.

San Salvador me duele cuando veo a un anciano, con su sombrero de paja y su franela roja, acariciando los retrovisores de algún carro para recibir unos centavos. Me duele cuando pienso que nadie debería terminar sus días así. Y me duele, aún más, cuando ese mismo señor, a pesar del cansancio, esboza una sonrisa sincera. Una sonrisa que no está dirigida a mí, pero que me quiebra por dentro.

Mientras voy por las calles, me convierto en algo así como un collar "atrapa sueños", sólo que en lugar de sueños, yo atrapo dolores. Por la mente se me cruza aquella frase: "Corazón de Jesús, venga Tu Reino" (por favor, que venga urgente) . Es en serio, San Salvador me duele.